Los estereotipos perduran, pero muchos varones lideran en silencio la lucha contra su propio lastre - Ellos también quieren igualdad Carmen Morán Breña 12 dic 2007 - 00:00 CETLos estereotipos machistas perduran en España, pero numerosos hombres están ahora luchando contra un modelo que también supone un lastre para ellos. La revolución por la igualdad de la mujer ha cambiado la realidad social a su alrededor, pero no la ideológica, o no del todo. Muchos luchan por ser hombres, no machos. "Ha sido varón. Viene con un pan debajo del brazo". Así se recibía a los niños antiguamente. Ellos traerían el bienestar a la familia, porque para ellos serían el trabajo y el salario, la responsabilidad y el éxito. Eran privilegios y así se han conservado. La sociedad entera se encargaba de que no se defraudaran esas expectativas. Están desorientados. Rechazan el modelo de sus padres, pero no tienen otro Muchos ya están hartos del papel que les ha tocado desempeñarHa pasado el tiempo y se ha avanzado en igualdad entre hombres y mujeres, pero un sencillo ejercicio entre adolescentes revela que todavía hoy perduran estereotipos de género que se perpetúan generación a generación, colándose sutilmente desde que se agita el sonajero. Pero los especialistas hablan también de avances hacia la igualdad por parte de los hombres. La cuestión es: el estereotipo del macho, tal cual se entendía, ¿está en declive? Algunos de los expertos opinan que sí. Que muchos ya están hartos del papel que les ha tocado jugar por nacer varones y otros salen de ese traje cuando ven que a las mujeres cada vez les gusta menos. Pero también saben que hay mucho por hacer, desde que nacen hasta la adolescencia, porque los roles, tanto masculinos como femeninos, se adquieren muy pronto, dicen. "Ya antes de nacer, el comportamiento de los que esperan al bebé es diferente, por mentira que parezca", dice el sociólogo, experto en sexología y en estudios de género y masculinidades, Erick Pescador. Y revela algo asombroso: "Llevo algunos años participando en clases de preparación al parto con madres y padres y, cuando lo que viene es un niño, las madres se dan golpecitos suaves en la tripa; sin embargo, si es una niña, se hacen caricias circulares", dice. Cuando ya estén jugando en el parque, al niño que se cae le levantarán corriendo y le darán un par de palmaditas: "¡Hale, campeón, que no ha sido nada!". La niña recibirá, sin embargo, consuelos más melosos. En algunos institutos ya se imparten talleres de igualdad entre los adolescentes. Se trata, también, de prevenir la violencia de género, que puede desencadenarse desde la más temprana juventud. "Si a los estudiantes se les pregunta cómo se ven de mayores, los chicos se dibujan siempre como jefes, con un gran sueldazo, y ellas, sin embargo, se imaginan muy por debajo de lo que indican sus perfiles", cuenta Erick Pescador, casi una década dedicado a impartir programas de igualdad en las escuelas. Pero, a pesar de que una sociedad patriarcal y muchas veces machista se ha encargado de que los varones ocupen los puestos que soñaban, la realidad a veces es terca y cambiante, y algunos tienen ahora que conformarse con que no acabaron los estudios con tanto éxito como su compañera y no pueden ver su Mercedes aparcado en la puerta. "Eso les genera frustración, una sensación a la que no estaban acostumbrados y que, en ocasiones, puede degenerar en violencia", explica Pescador. Por la consulta de este sociólogo especializado en sexología pasan algunos varones que se quejan de depresión. "¿Quién gana más, usted o su mujer?", les pregunta. Y podría adivinar la respuesta casi siempre. Y a algunos ya les ahoga el traje de superhéroe que les calzaron por nacer varones. Son los que están alzando su voz contra la violencia machista, los que no quieren que el silencio les haga cómplices de los apuñalamientos, ni siquiera de las muchas situaciones de desigualdad que se dan en casa y en el trabajo. "Algunos hemos percibido que en nuestro triunfo de siglos está nuestra pérdida. Hemos ascendido en el trabajo, pero nos perdemos la crianza de los hijos, por ejemplo. Alguno me decía que ganaba mucho dinero, pero apenas se enteró de que su padre se iba día a día hasta que murió". Ritxar Bacete pone estos pequeños ejemplos que saca de su contacto con los grupos de hombres con los que trabaja la igualdad en talleres por varios pueblos de Álava. Son adultos que están aprendiendo a soltar el lastre impuesto. "Las mujeres han andado ya ese camino. Ellas han ido conquistando derechos que se les negaban, aunque todavía estén pagando muy caro algunas de esas conquistas; para ellos es lo contrario, su camino no es obtener, sino más bien renunciar a algunas de esas imposiciones de género" que ya les reciben cuando nacen, dice Bacete. "Los chicos no lloran, tienen que pelear", decía la canción de Miguel Bosé. ¿Qué tienen que hacer? ¿Cuál es el modelo? Cuando se trata de adolescentes, la mirada de los maestros percibe con claridad que ellos están perdidos. Rechazan el modelo de sus padres, que ya no se ajusta con los mensajes igualitarios que han aprendido, pero no saben qué referente seguir. Los hombres saben desde hace tiempo que pueden y deben llorar. La frase encierra la esencia del cambio. "Una masculinidad libre tiene que ver con la democracia, con la libertad individual, con sentirse seguros sin tener que interpretar el papel de hombre exitoso e infalible; está relacionada con un hombre que se acerca a los afectos y a los cuidados. Pero ese camino a la igualdad quedó pendiente al final del franquismo, cuando se luchaba por la solidaridad", sigue Bacete. Erick Pescador concluye esta última parte de nuestra historia: "En los años ochenta, el movimiento feminista y de igualdad fue más fuerte, a la generación que crecía entonces le quedó el discurso, pero los cambios dejan de producirse cuando se piensa que se han alcanzado". Eso, según Pescador, es lo que ha sucedido. Las primeras frases que oye cuando inicia sus talleres de igualdad son: "Otra vez con ese tema. Pero ¿qué quieren las mujeres? Y, desgraciadamente, vuelven a ver el feminismo como lo opuesto al machismo". Pescador pronuncia entonces en una sola frase la primera gran lección: "El feminismo es la lucha por la igualdad". Uno de sus talleres se convierte en un pequeño teatro en el que se abre el telón y aparece un marido colérico que llega a casa después de que su jefe le haya despedido. Cuando se sienta a la mesa, hace saltar los platos de un puñetazo: "¡Esta sopa está fría!". Y la aparta de un manotazo. Ahí se para la escena. "¿Dónde hay que cortar esta violencia? ¿En qué momento se debe frenar? ¿Qué se puede hacer?", pregunta a sus alumnos. -Poner la sopa caliente -dice uno de ellos. -Pues que tire la sopa pero pida perdón -se le ocurre a otro. -Que no le despidan -suelta un tercero. "No, no y no", les responde Pescador. "Los problemas del trabajo hay que dejarlos detrás de la puerta, porque nadie en casa tiene la culpa", les explica. Pescador cree que el feminismo entre los más jóvenes, por un lado, "está en retroceso", pero cree, por otro, que hoy se parte con la ventaja de que tienen aprendido el discurso, aunque todavía no asumido. También es optimista Ritxar Bacete, del grupo de Hombres por la Igualdad de Álava. "Aunque en ellos sigue vigente el modelo madelman, también son chicos que en casa ya ven a padres jóvenes que les han cuidado de pequeños, no creo que estemos peor". Efectivamente, han aprendido a llorar, pero ¿han dejado de pelear? La violencia persiste en las parejas, y no sólo la que sale en la televisión cuando hay que enterrar a alguna mujer. La hay, por así decirlo, de baja intensidad, con la que se convive a diario, año tras año. Nace y se va desarrollando entre estereotipos tempranos que marcan líneas rígidas y erróneas para definir al varón y a la mujer. Cariño, ¿dónde has escondido mis zapatillas? Si me quisieras, no saldrías tanto, cariño. "A los hombres nos enseñan de pequeños a usar la violencia y el amor de forma conjunta", explica Pescador. "Nos enseñan a querer poniendo cuidado en que los afectos no nos hagan parecer un maricón", añade. La homofobia, el miedo a lo que hasta ahora ha tenido difícil encaje social, late en la educación que reciben los críos, y eso desprovee sus gestos de la amabilidad y el cariño supuestamente femeninos. "Los niños, desde pequeños, nos pegamos, pero de buen rollo; los puñetazos leves son a veces el saludo entre dos colegas. Un día reproché a un chaval en el instituto que iba dando empujoncitos e incordiando a una chica. Le pregunté por qué lo hacía y me dijo: 'Es que me gusta, profe". A la larga, en según qué condiciones y qué personas, eso puede traducirse en la violencia de baja intensidad, querer pero sin parecer afeminado: cariño y palo, palo y cariño. También empieza en la más tierna infancia, porque, aunque no se enseñe formalmente, los niños lo aprenden imitando los roles de su madre y su padre, viendo la televisión, observando la sociedad. Todo va calando como una lluvia fina. Y no hay que olvidar que los cuentos y los cómics perpetúan el modelo de hombre libre con el horizonte despejado, mientras que cuando la protagonista es femenina, el final siempre es casada con el príncipe azul y pensando en criar niños. "Sólo hay que ver la viñeta final de Lucky Luke o el de la Bella Durmiente", dice Pescador. A juicio de este sociólogo, los cambios operados en igualdad han ido a remolque de las demandas de las mujeres, ellos se adaptaban a lo que ellas iban reclamando. Pero cree que el cambio total no parte sólo de la demanda. "Hay que incorporarlo, hacerles sentir la injusticia mediante un procedimiento empático, que se pongan en el papel del otro". Para empezar, en el papel higiénico, valga el ejemplo. No basta con reponer el rollo que se ha acabado cuando alguien lo ordena, hay que pensar que se ha acabado y ponerlo. Es lo que los expertos llaman la tercera jornada. "La mujer tiene una jornada en la casa, otra en el trabajo fuera y la tercera es la ocupación mental: saber si hay que ir al médico, qué hay que comprar en el supermercado, hablar con el colegio. Hay padres que llevan a sus hijos al médico y, cuando les preguntan qué le pasa al crío, dicen que no lo saben", explica Pescador. A pesar de todo, Hilario Sáez, que pertenece a uno de estos grupos de hombres por la igualdad en Sevilla, es optimista. Cree que "hay que desarrollar la mirada para ver que hay cosas que están cambiando para bien. Desde luego, el macho a la antigua ha desaparecido, ya no encuentra a nadie, o a muy pocos, presumiendo de ser machista. Quizá no han entendido todavía el discurso de la discriminación positiva hacia la mujer, pero tampoco se atreven ya a hacer el chistecito. Lo que sí están los hombres es desorientados: dicen que no son feministas, pero a veces ejercen como tal. Eso indica que hay más cambio social que ideológico. Los asesinatos de mujeres han abierto mucho los ojos", dice. Pero hace falta, añade, generar un "discurso sólido". "La red feminista está ahogada, no tiene dinero. La educación afectivo-sexual en los colegios vivió tiempos mejores. A ver ahora con Educación para la Ciudadanía". La necesidad de igualdad encuentra en estos grupos de hombres, aún dispersos y escasos, la refutación de que este asunto es una cuestión de justicia social que no debe sostenerse sólo con las demandas femeninas. Ellos han aprendido que sin igualdad pierden todos. "Las mujeres mueren, ésa es la cara más amarga; pero los hombres deben preguntarse también cuánto están perdiendo con sus supuestos triunfos, cuánto está afectando el modelo de masculinidad tradicional a la falta de bienestar, a la calidad de vida", dice Ritxar Bacete. "Hay violencia de género y violencia y género, porque los hombres también desarrollan violencia contra sí mismos". Antes, la gente moría más joven; ahora, la esperanza de vida es mayor, pero lo que se mantiene inmutable es que las mujeres son más longevas. ¿Por qué? Algunos demógrafos lo tienen claro. Ellos se tratan peor: más muertos por accidentes de tráfico, más muertos por drogadicción, por problemas cardiovasculares a causa del estrés laboral. Y para qué hablar de las guerras, de los homicidios, de las peleas... Las cárceles están llenas de hombres. ¿De dónde sale toda esa imprudencia, esa temeridad? ¿Por qué presumen ante la novia de velocidad al volante, de aguante con el alcohol? Ritxar Bacete contesta: "Los roles de género están siendo también fatales para los hombres. El debate del siglo XXI debe cambiar el foco". Mi papá me mimaManda la ley que se combata la violencia de género desde la educación, que se enseñe a los niños en la igualdad. Y algunos han puesto manos a la obra. El Ayuntamiento de Jerez de la Frontera (Cádiz) auspicia un ambicioso proyecto educativo para trabajar en escuelas e institutos desde donde se educa en la nueva masculinidad. Los talleres, para diferentes edades, transmiten la necesidad de expresar los sentimientos, de pedir ayuda cuando algo va mal, sentimientos, inquietudes, sueños, dudas. "Los chicos no suelen pedir ayuda, actúan más bien como llaneros solitarios", dice Daniel Leal, coordinador del Programa de Hombres bajo la Concejalía de Igualdad, que dirige Margarita Ledo.Allí, los más pequeños juegan a superhéroes, pero con estos nombres: supercariñosoman, supersensibleman. Resuelven sus problemas con cariño, con poderes de hombre sensible. Y dibujan al padre haciendo tareas domésticas. Escriben: mi papá me mima, mi papá me cuida.Los juegos aumentan su complejidad cuan Mi papá me mimaManda la ley que se combata la violencia de género desde la educación, que se enseñe a los niños en la igualdad. Y algunos han puesto manos a la obra. El Ayuntamiento de Jerez de la Frontera (Cádiz) auspicia un ambicioso proyecto educativo para trabajar en escuelas e institutos desde donde se educa en la nueva masculinidad. Los talleres, para diferentes edades, transmiten la necesidad de expresar los sentimientos, de pedir ayuda cuando algo va mal, sentimientos, inquietudes, sueños, dudas. "Los chicos no suelen pedir ayuda, actúan más bien como llaneros solitarios", dice Daniel Leal, coordinador del Programa de Hombres bajo la Concejalía de Igualdad, que dirige Margarita Ledo.Allí, los más pequeños juegan a superhéroes, pero con estos nombres: supercariñosoman, supersensibleman. Resuelven sus problemas con cariño, con poderes de hombre sensible. Y dibujan al padre haciendo tareas domésticas. Escriben: mi papá me mima, mi papá me cuida.Los juegos aumentan su complejidad cuando los chicos son más mayores. Se les leen sentencias y ellos tienen que posicionarse. "Un hombre es más atractivo si es fuerte y peleón". Las chicas salieron corriendo hacia el no y los chicos corrieron hacia el sí. En estos talleres todavía se oyen cosas como esta: "Yo no soy machista, pero mi novia no va de excursión si no tiene mi permiso", dice Leal."Son programas para varones sensibles y machistas recuperables".También Erick Pescador imparte talleres en los institutos (ahora en Valencia). Le pregunta a sus alumnos si amar es entregarse por completo al otro, darlo todo por el otro: ellas contestan que sí. Y ellos dicen: "hombre, profe, todo, todo...".Quizá por eso el taller para las alumnas en Jerez se llama No seáis tan buenas.
A punto de llorar por la igualdad Ya es día 25 de nov otra vez. La diferencia es que este año y por el momento las ayudas a las mujeres que sufren violencia machista y las que proporciona sustento a los programas de prevención educativa se han reducido o han desaparecido. Es indignante que esto suceda en un momento de máxima tensión social y repunte de esta violencia, pero más lo es que en pleno siglo XXI crezca la ideología patriarcal y la explotación capitalista que la sustenta. Hace falta ya un cambio de pensamiento y de forma de vivir, a qué disfrutemos de otras maneras de relacionarnos, desde la unión y el cuidado. Besos y revolución. Hemos descubierto este uso de Flickr que hacen los compis de www.masculinities.org y que nos parece muy interesante. (Best wishes and thanks for the comment! We keep in contact!!). El invento muestra las imágenes que los usuarios de Flickr (red social basada en compartir fotos) comparten con la etiqueta “masculinities” (en castellano no hay apenas fotos).
¿Cuál es el límite? Ha tenido que morir una mujer para que nos demos cuenta de que la televisión trata con frialdad, irresponsabilidad y morbo la violencia machista. Hace demasiados años que sufrimos programas como el ahora denostado El Diario de Patricia. Programas que sacan a la luz pública miedos, miserias y desamores de cualquiera capaz de desnudar su íntimo privado sobre lo público televisivo, o que lo engañan para que lo haga. El diario de Patricia sólo es la punta del iceberg de los programas que promocionan y refuerzan las violencias contra la mujer y lo femenino. Así ocurre, por ejemplo, enGran Hermano, en Escenas de Matrimonio, que normaliza la lucha de género, en los programas de corazón que trivializan la violencia o en los telediarios que se regodean en presentar el caso de agresión y se olvidan de colocar en el lugar del culpable a los agresores. No hay que olvidar que la mayor parte de ellos se emiten en horario infantil. Este caso de tanto impacto mediático (quizá por la coincidencia con la semana del 25 de noviembre, día internacional contra la violencia machista) no es por desgracia nuevo ni anecdótico. Hace unos meses una mujer sufrió agresiones graves causadas por su ex pareja a la salida del mismo programa. Este tipo de delitos ligados al género no se juzgan con el mismo rasero. ¿Dónde se ha visto que un delincuente pida perdón a su víctima en público? ¿Pueden imaginar por un momento a un violador o atracador pidiendo perdón a su víctima e intentando alcanzar la reconciliación con la connivencia y el engaño de la presentadora? Pero mejor no demos ideas. Lo único que podríamos salvar de esta muestra de terrorismo televisivo es que la gente ya sabe que la violencia machista puede tener cualquier cara, incluso una amable y romántica. El objetivo de estos reality shows es claro: inventar protagonistas anónimos, arrancar del sofá a quien sólo observaba y colocarlo dentro de la televisión. A cambio se le ofrece un bocadillo y los gastos de viaje. Al amparo de esos programas, a mediados de los años 90 surgieron empresas subcontratadas por las productoras que se dedicaban en exclusiva a buscar y entrenar a personas que hoy clasificaríamos como aprendices de friki. En aquellos primeros tiempos de la telerrealidad, una asociación que investigaba sobre sexualidades en la facultad de sociología recibía a diario llamadas en busca de cualquier persona gay, lesbiana, transexual o bisexual que quisiera contar su historia frente a las cámaras. La captación la llevaba a cabo gente joven de la facultad que, acostumbrada a reclutar voluntarios para grupos de discusión y grupos focales de opinión para estudios de mercado, montó una empresa que surtía a estos programas telebasura de la carnaza necesaria para alimentarlos. En cada convocatoria se realizan perfiles psicosociales completos a través de una entrevista por teléfono y otra personal en el estudio, antes del programa. En ocasiones se les pide que generen conflicto y que sean agresivos a la hora de participar. Esta práctica continúa siendo habitual. Hace apenas tres semanas recibía la invitación de un canal para participar en un documental de interés social, no como experto en prevención de violencia, sino solicitando que llevara a una de mis alumnas de 15 años para que hablara de su historia de maltrato. También buscaban algún chico de esa edad que manifestara trazas de hombre agresor y que quisiera dar testimonio, en esta ocasión con la cara oculta y la voz distorsionada. De esta forma sólo se normaliza la violencia. Los testimonios personales no informan, sino que deforman y parcializan la realidad. Seamos conscientes por un momento de cómo la televisión trata el tema de la violencia de género sobre las mujeres y lo femenino. A las víctimas se las expone, se dan sus datos, se habla sin pudor de sus costumbres, y si eran divorciadas, separadas o promiscuas. De los agresores sólo sabemos sus iniciales y que han cometido una agresión que algunos vecinos no entienden: “Sí, discutían mucho, pero él parecía muy buena persona y amable, era muy educado”. Pocas veces se dice algo sobre el castigo que debe recibir o sobre sus antecedentes violentos. Pero, ¿por qué se mantienen en pantalla programas de tan bajo calado ético? La respuesta es clara. Son programas baratos de máxima audiencia, el paradigma del capitalismo. Más por menos y a costa de lo que sea. Un programa de estas características apenas tiene un coste de producción de entre 20.000 y 30.000 euros, y audiencias que superan los tres millones. ¿Qué audiencia y qué costes tendrían programas de verdadero debate social como aquéllos de La Clave de José Luis Balbín? Las consecuencias de años sin reflexión nos llevan al punto en que nos encontramos. Las violencias están normalizadas. Convertimos lo anecdótico en normal, y lo habitual en ajeno y poco importante. Quienes dirigen las televisiones públicas y privadas tienen al menos tanta responsabilidad como quienes enseñamos desde las aulas. Basta ya de hipocresía. No tenemos la televisión que merecemos sino la que nos ofrecen. Es más difícil y caro hacer programas con sensibilidad social, implicados con los cambios, con la igualdad, con el sostenimiento del planeta, con el poder solidario universalizado y con las personas, en lugar de con los impúdicos intereses económicos. Vivimos en un entorno de creciente crispación, si bien con muchos más medios y mayor capacidad de elección que el que heredamos. Pero esta libertad sólo existe si se ejerce. Erick Pescador Albiach es sociólogo y sexólogo. Especialista en género, masculinidades y prevención de violencia Ilustración de Miguel Gallardo Las mujeres también son malas”, éste es el nuevo mensaje. Cuando por fin la sociedad tiene mayor sensibilidad frente a la discriminación que sufren las mujeres, surgen mensajes ambiguos: “Los hombres lo han hecho mal durante años, pero, ¿y las mujeres?”, “las mujeres violentan pero psicológicamente”, “también hay mujeres que maltratan”. Asistimos, muchas veces impasibles, a un neomachismo que pretende ocultarse en mensajes populistas que ponen al mismo nivel las tropelías machistas y las supuestas acciones de las mujeres. Pongamos el ejemplo reciente de varios periódicos de tirada nacional que colocaban en su web y en el mismo plano la espeluznante historia de un hombre que apuñala a su mujer en el coche y aparca en la puerta de la comisaría para entregarse, y la extravagancia de una mujer que agredió a su marido (uno de cada 1.000 casos de violencia de género), o la inusual denuncia falsa de una mujer por violación. Escuchamos el discurso de personas que ante la violencia machista responden con un: “Algo habrá hecho ella”. La responsabilidad de los violentos quedaría repartida en un confortable pero injusto 50% que nos inhibe de tomar partido por las víctimas, las mujeres. Se pretende con ello diluir las responsabilidades de los violentos, negando lo ocurrido, dividiendo salomónicamente las culpas con la víctima y minimizando las consecuencias de las agresiones. De paso se alimenta el arquetipo de mujer malvada, perversa y mentirosa. Hay quienes intentan hacernos creer que las mujeres se merecen todo lo que les suceda y son tan culpables como los hombres. Se trata de la misma estrategia abusiva y autoexculpatoria del conductor chulesco que recientemente, demandaba por daños en su vehículo a los padres del adolescente a quien atropelló conduciendo a 173 km/h. O la pelea de algunos partidos políticos contra la ley de paridad recientemente aprobada. O también, el obispo de Tenerife, que acusa a los jóvenes seminaristas abusados sexualmente de provocadores del pecado. O las voces de alarma frente a las supuestas denuncias falsas que podrían derivarse de la aprobación de la ley contra la violencia machista (menos de un 5%, en comparación con el 10-15% de otros de delitos). O si recuerdan, aquel famoso caso de la minifalda donde de nuevo la mujer era culpabilizada por provocar a su violador. O más sutil, la criminalización de las mujeres que abortan olvidando al varón que participó en el embarazo no deseado o no planificado. Afortunadamente, parte de la ciudadanía ya no cae en esas zafias trampas de quienes se aprovechaban de la falta de criterio cívico; pero, sin embargo, hay otras demonizaciones de las víctimas para las cuales es preciso hilar más fino. El último avance neomachista es el aprovechamiento jurídico del SAP (Síndrome de Alienación Parental), invención de Richard Gardner (1992), nunca reconocida científicamente, que consiste en “la eventual manipulación de niños menores por progenitores custodios para enfrentarlos y ponerlos en contra de los progenitores no-custodios en procesos de separación o divorcio”. Se la identifica como una forma de maltrato a los menores, cuando el auténtico delito se comete al negarles la capacidad para elegir libremente con quién desean vivir, cotidianamente la madre, que es con la que han compartido una mayor proximidad. Casualmente es más utilizado por los hombres que denuncian y denostan a sus “satánicas” ex mujeres, que en muchos casos habían antepuesto denuncia por agresiones, incumplimiento del pago de la pensión y de las visitas acordadas, etc. El SAP está dando cobertura seudocientífica a las demandas de muchos padres separados y cabreados y a algunos jueces peleados con la igualdad para que un tribunal dirima sobre la custodia de los menores a favor de los padres. Actualmente se revela como necesario hacer un análisis profundo y particularizado de cada litigio de custodia compartida para preservar los derechos de madres y padres y de hijas e hijos. Así evitaríamos la discriminación sexista al otorgar la custodia. Las víctimas del Síndrome de Alienación Parental son en realidad las mujeres, los menores a quienes les secuestran el derecho a elegir, el propio proceso de igualdad entre mujeres y hombres. Resulta significativo que en distintos periódicos aparezcan como una guerra entre iguales los argumentos de defensores y detractores del SAP (p. ej. Programados para odiar a papá, 29 de noviembre de 2007, El País). ¿A qué intereses responde culpabilizar de nuevo a la mujer? Sin duda, cambiar todo para que nada cambie. Parafraseando a Antonio Machado: “La mejor forma de que no cambie algo por dentro es cambiarlo por fuera constantemente”. Y esto es lo que pasa hoy con el proceso de igualdad. ¿Será un reajuste del patriarcado para permanecer, como sucede con el capitalismo al disfrazarlo de sociedad de bienestar? A los varones nos queda un largo camino para convertirnos en padres responsables, presentes y protectores. Todo mi apoyo a los padres que se atreven a pedir la custodia total de su progenie, teniendo en cuenta que pocos o ninguno lo hacen así en un proceso judicial. Acabemos primero con el apoyo social al modelo de padre tradicional, habitualmente ausente, otras veces agresor e incluso en muchas ocasiones presente físicamente pero sin implicación emocional en la educación, la crianza y el cuidado. La educación en igualdad es la única vía ética para evitar este tipo de abusos. En las escuelas ya hemos comenzado con este proceso de generar alternativas de paz en la paternidad y la maternidad. Se trata de construir nuevas formas de familia y pareja en las que quepa otro tipo de hombre más presente en la crianza de sus hijas e hijos. Erick Pescador Albiach es sociólogo y sexólogo. Especialista en género, masculinidades y prevención de violencia La vida es como un captus, en plena época de cambios y supervivencia. O no. Quizá un permanente devenir de algún plan más alto, en otra dimensión, ya creado y que sólo depende de si mismo. O no. Pero seguramente será una aventura que nos hacen ver como real desde el matrix de la representación de nuestras vidas. O no. |
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